viernes, 27 de mayo de 2016

Sonidos claros




Simplemente se trataba de escuchar el sonido del contrabajo. Nada más simple y menos complejo que eso. Claro y limpio sonido que se arrastraba por todos los objetos que encontraba a su paso… inclusive sobre ella y sobre mí. Alguien me había dicho que era un sonido que dejaba huella, ¡y sí que lo era! Ese día habíamos retornado de una placentera caminata por calles solitarias. Caminamos con displicencia, charlando de a ratos, observando balcones y marquesinas, cielos y rostros desconocidos. Caminatas impactantes, así me gusta llamarlas. Volvimos después de un par de horas al hotel y fue ahí que escuchamos los sonidos claros e inequívocos del contrabajo. A ellos se les sumó el de un piano. Todo parecía flotar a nuestro alrededor. Un cúmulo de sensaciones desplazándose entre todos los presentes. Poesía de la vida misma…

Ella aplaudía a rabiar. Batía sus manos frenéticamente agradeciendo aquellos sonidos que nos indicaban que estábamos vivos, que disfrutábamos de la vida como unos verdaderos privilegiados. Cada tanto se volteaba y me observaba con sus ojos brillantes como las noches de luna llena y una sonrisa a flor de labios. Verdadera música para mi angustiado corazón. Aplaudía porque lo sentía desde lo más recóndito de sus entrañas. Le encantaba expresar su amor por el arte, y esa música era arte sin lugar a dudas.

Después comenzó a taparse los ojos y dejar sólo visible su sonrisa. Entendí que era su conexión, un medio único e ininteligible para conectarse ella misma con la música que lo invadía todo. Me sentí un espectador con privilegios. Si bien era parte de su mundo comprendía que mi actuación era de reparto.

Después de largo rato se quitó las manos de los ojos y suspiró profundamente. Fue un suspiro puro y profundo, como esos suspiros que son la moraleja clara e inequívoca de haber vivido un momento impactante.

Tras despedirnos no pude quitar su imagen de mi mente. La pensaba a cada instante y a su vez los acordes del contrabajo retumbaban en mi cabeza. Había demasiadas notas mezcladas en mi cabeza, y todas confluían en una melodía única que parecía arrancarme el corazón. Sentía esa sensación rayana a lo estúpido de cuando se está enamorado, pero la negaba con todas mis fuerzas sin éxito. Entonces en la soledad del departamento, con los auriculares puestos en mis oídos, dejé que música celestial fluyera libre y tranquila a través de mi cabeza. Necesitaba seguir conectado. Era la única manera de no morir silenciosamente de amor…

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